Prioridades
Lo que pareciera transcurrir como
una mera conversación pasatista, una más parecida a otras, se transforma
rápidamente en una encarnizada lucha de discursos que se erigen altivos, sin
dar lugar al opuesto. ¿Cómo prevenir estas batallas? Si el comienzo está tan
disfrazado de cotidianeidad. “¿Por qué todavía no te mudaste?” Puff, qué
comienzo tan burdo para una escena que será definitiva, para nada vulgar. “No
tuve tiempo”. Claro, las respuestas complicadas, vastas, extensas, no pueden
transmitirse con claridad usando frases sintéticas, sencillas. Para ese momento
algo pude empezar a sospechar, pero no quise agachar la cabeza como tantas
otras veces. Pensé que se iba a poder hablar, que mis palabras, que a nadie
nunca jamás interesan, ésta vez serían abrazadas sin condiciones. ¡Qué estúpido
de mi parte! Porque entonces él, que nada sabe de mi vida, desliza con
frialdad: “Tenés que establecer tus prioridades”. Rápidamente, ella, que no va
a desaprovechar la oportunidad de encabalgar su opinión en esa sentencia,
dictamina: “Totalmente, tenés que establecer tus prioridades, estoy de acuerdo”.
Nuevamente una frase corta, que pretende contener todo mi mundo interior pero
no abarca ni un ápice de mi vida, se me escapa con la urgencia de lo trágico: “Yo
establezco mis propiedades”. Listo, el juego está abierto, la pelota rodando.
Las siguientes palabras no las recuerdo, pero sé que rápidamente, con una
efervescencia desmedida, quiero empezar a escupir todo aquello que se esconde
detrás de mis frases cortas, esquivas. Pero tal parece que la voz se me eleva,
que el volumen se me escapa, al igual que los gestos, y apenas comienzo a enumerar
mis prioridades, con lo mucho que me cuesta hablar a mí (dulce ironía), él
emite un “SSSSHHHHHH” sostenido, que corta con el impulso de mi corazón
encendido. Y ahora viene lo decisivo, la flecha que una vez lanzada no puede
retraer su trayectoria… ¡Qué pena que no puedo recordar las palabras exactas,
el orden! Me dolería faltar mucho a la verdad, pero vamos a ponerlo en éstos
términos, que ayudarán a ilustrar lo que sucedió.
YO (un poco más calmada… sólo un
poco): “Fíjate que lo que vos hacés no ayuda sino que…”
ÉL: (interrumpiendo lo que quería
decir y en un tono NERVIOSO) “No levantes la voz”. (Yo continúo, intentando
retomar lo que quería decir cuando él me interrumpió, por lo que, en lo que
resta de sus palabras, suena mi voz como un eco irremediable diciendo SINO QUE,
SINO QUE, SINO QUE, con la esperanza de que él se calle y me deje continuar) “No
grites. Ya está, no grites. Basta. Cómo te vas a poner así… (bla bla bla)”.
No me acuerdo que más dijo, y
tampoco importa, lo que quiero destacar es que él, queriendo “calmarme” (yo lo
traduciría como coartar mi manera de expresarme) levantó la voz -que era
supuestamente lo que quiso prevenir- me interrumpió. Como yo quería retomar con
lo que estaba diciendo, y era que justamente lo que él hacía era contraproducente
a lo que quería lograr, continué con mi “sino que” una y otra vez, esperando a
que se callara. Entonces su estocada final fue: “¡Qué madura!”. Y lo que hizo a
continuación fue la coronación del sinsentido. Porque cuando terminó de hablar
y vio que yo iba a continuar con lo que estaba diciendo antes de que me
interrumpiera, dejó de mirarme, se dio vuelta en la silla y se puso a mirar la
tele, con una media sonrisa socarrona en los labios. Entonces le dije lo
poquito que aún tenía ganas de decirle, porque lo de mis prioridades supe que
no le interesaban, y dejé escapar, con el tono más moderado e impersonal que me
fue posible: “Los dos estamos haciendo lo mismo, yo quería que me dejes
terminar de decir lo que estaba diciendo cuando me interrumpiste y es que lo
que hiciste no me iba a calmar sino por el contrario, ponerme peor, así que no
era producente”. Se hizo el silencio. El resto de los presentes contuvo el
aliento. ¿Acaso había algo más para decir?
Pues sí, mucho más… Porque todo
comenzó con las prioridades, y ahora, mi prioridad está puesta en los demás. Y
eso no significa que deje de vivir mi vida, porque pese a que estoy llena de
actividades por aquí y por allá, sigo trabajando, sigo estudiando (y aprobando)
y sigo saliendo con mis amigos o algún que otro muchacho… Entonces, cuando me
hablan de establecer prioridades, como si mi prioridad fuera mudarme… ¡me hace
reventar! Porque pienso que una prioridad importante en esta vida que nos toca
vivir es hacerse cargo de las responsabilidades asumidas. Y eso, por supuesto,
en la medida de nuestras posibilidades. Y es que para algunas cosas hay fechas
previamente pactadas, y para otras la fecha es irrelevante. Yo sé distinguir
entre las cosas importantes y las cosas urgentes, y muchas veces no coinciden. En
mi caso particular, tuve compromisos asumidos en fechas anteriores y la
mudanza, que es importante, pudo esperar porque no es urgente. Entonces… ¿tengo
que establecer mis prioridades? Perdón, pero mis prioridades las tengo
clarísimas. Tengo clarísimo que prefiero abandonar mis propios intereses en
favor de los demás. Tengo clarísimo que tampoco hay necesidad de llegar a ese
extremo, y que muchas veces se soluciona con posponer algunas cosas, o
reordenar algunos horarios, o delegar algunas tareas. Tengo clarísimo que hay
muchas cosas de mi vida que necesito cambiar, pero primero lo primero: terminar
con las obligaciones que asumí. Uff, y pensar que me pasé toda esta semana diciendo lo que voy a
hacer cuando termine el retiro, las cosas que iban a cambiar. Pero claro, ni él
ni ella saben lo que pienso, mucho menos lo que siento. Y nunca lo sabrán
porque no les interesa. Tengo clarísimo que la vida (o al menos mi vida) se
trata de etapas y de momentos que van cambiando en función de mis deseos, mis
oportunidades, mis ánimos, y que lo que hoy me parece apropiado para un
momento, será inapropiado para el siguiente porque el agua que corre será otra.
Y eso está bien. Tengo clarísimo que me importa más hacer a alguien sentir el
amor de Dios, que quedarme en casa preparando una mudanza para la que nadie me
apura. Tengo clarísimo que a veces debo estudiar porque el tiempo apremia, y
entonces aquellas otras actividades deberán ser puestas en pausa, porque mi
carrera y mi futuro son TAMBIÉN mi prioridad, y entonces lo otro deberá
esperar. Tengo clarísimo que hay un momento en que la calma llega, y ahí será
el momento de hacer algo que no es ni una responsabilidad ni una obligación, ni
una prioridad, que en este caso es mudarme. Y quizás antes prefiera simplemente
estar panza arriba mirando el techo, y eso también estará bien. Pero me voy a
mudar, antes o después, porque lo quiero y lo necesito, pero establezco mis
prioridades, y dormir en la misma cama pero en otra dirección no es una de
ellas. Tengo clarísimo que debo establecer mis prioridades, y eso hago a cada
momento y en ellas baso mis decisiones. Lamento que no lo puedan ver y que yo
no sea capaz de transmitirlo.
Por último, a él, una de las
personas que más amo y con las que peor me llevo, quiero pedirte perdón por ser
el desastre de persona que soy: impulsiva, calentona, inmadura, y tantas otras…
Quiero pedirte perdón porque mis palabras, y a veces mi sola presencia, son
suficientes para hacerte efervescer y jamás busco eso. Por el contrario.
Quisiera hacer mejor tu existencia con cada acto que hago, pero en este momento
soy incapaz. Y quiero que sepas que te amo, y que si nos hubiéramos conocido en
otras circunstancias seríamos los mejores amigos, pero no es así, y eso también
está bien.
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