Las pruebas y el oro
La noche está fría. Muy fría. Ese domingo, como tantos otros, se presta para quedarse en casa, bajo la tibia prisión de las cobijas… Pero tenemos una cita ineludible. Como cada domingo, nuestros amigos “de la calle” nos están esperando. Y realmente, no esperan tanto la sopa o la comida caliente, como sí esperan nuestro abrazo y compañía. ¿Quién no querría honrar semejante afecto? Así que allí salimos, al encuentro de nuestros hermanos, esperando un recorrido parecido al de otras noches. Ya saben… La misma gente, la misma dinámica… Y así fue que estando con Carlitos, divirtiéndonos como solemos hacerlo, recibimos una visita muy especial…
Dios está presente en su Creación, en todo momento, pero nosotros estamos tan distraídos que no podemos verlo. Por eso Él se manifiesta, a veces tímidamente y otras veces con suma fuerza. Se vale de cualquier cosa a mano para entregarnos su mensaje de amor y hacernos saber qué está cerca.
Mientras “soporto” (con mucho humor y amor) que Carlitos hable de su odontóloga para darme celos, y Agustín intenta con dulzura contrarrestar semejante provocación, aparece Miguel… Es la primera vez que lo vemos. Ni él nos conoce, ni nosotros lo conocemos. Sin embargo, nos ve con los termos, las viandas, con Tomy (nuestro carrito donde cargamos las botellas), y las pecheras blancas que nos identifican. Se acerca y nos pide algo de comer. Con presteza nos ponemos en movimiento. Miguel casi no nos mira a los ojos, se nota que sus pensamientos están pastando en otros campos. Nosotros no podemos evitar prestarle atención, hay algo muy hipnótico en su mirada lejana. Bebe rápidamente el jugo que le alcanzamos y deja el vaso. Agarra la vianda, y cuando parece que está listo para irse, se detiene y nos dice algo más o menos parecido a esto: “A veces Dios nos pone pruebas en el camino para que, en medio de las dificultades, confiemos en Él y podamos superarlas. Las pruebas son para fortalecernos, para formar nuestro carácter, para hacernos mejores. Como el oro que es sometido al fuego para limpiarlo de impurezas y que brille más. Cuanto más barro y más impurezas alrededor, mayor es el valor y la pureza del metal. Dios está ahí, en medio de todo ese barro”. Cuando calla, el silencio queda suspendido unos momentos en el aire frío y calmo. Sonríe al vacío y asiente, como si súbitamente entendiera sus propias palabras, como si las frases cobraran sentido una vez pronunciadas. Quizás se estuviera hablando a sí mismo. Nosotros permanecemos callados, no queremos con nuestras palabras perturbar la mística del momento. Dejamos que la magia persista unos segundos más, los suficientes para que Miguel nos mire a los dos a los ojos, y con una sonrisa nos de su bendición, para después alejarse. Luego de esa visita inesperada, volvemos a nuestro recorrido habitual. Sin embargo perdura en el alma la huella de las palabras de Miguel.
Lunes. Los recuerdos sobreviven al descanso. Hablo con mi amigo sobre lo que vivimos la noche anterior. Sus palabras se deslizan sobre el teclado: “Como si fuera un ángel que Dios me mandó para decirme algo, con una sabiduría admirable”. Y yo me quedo pensando… Me quedo pensando en cómo Dios siempre encuentra el resquicio para asomar su rostro sabio y bondadoso. Me quedo pensando en todos los momentos en que yo necesité alguna señal, algún consuelo, y lo encontré en el lugar menos pensado. Y es que Dios no puede quedarse con los brazos cruzados. Nunca va en contra de nuestra libertad, siempre nos respeta. Sin embargo, nos hace sentir su cercanía. También me quedo pensando en todo aquello que nos sucede y no nos gusta. En las famosas pruebas. A veces el mundo se convierte en un lugar muy solitario. Pucha, que la vida puede volverse realmente difícil por momentos. Algo no sale como lo deseamos, y de repente la realidad se desmorona a nuestro alrededor. Estamos tan aferrados a esta vida, que puede ser atacada desde muchos lugares… Problemas económicos, físicos, sentimentales… Ocupamos demasiado tiempo y energía en vivir una vida segura, sin sobresaltos. Por eso las “pruebas” nos duelen tanto, nos enfurecen o entristecen. A veces puedo sentir los bordes de la cruz que se clavan en mi espalda. A veces el peso es tal que siento como se me dificultan la respiración y el paso. A veces creo que mi dolor es insoportable, literalmente. La experiencia nos enseña que los días oscuros no perduran, porque la luz siempre vuelve a iluminarnos. Y cuando volvemos la vista y vemos el camino recorrido, podemos reconocer lo mucho que hemos aprendido de las dificultades. Cómo la ira nos enseña sobre la paz, y la tristeza nos hace valorar la alegría. Cómo la adversidad y la fortuna son las dos caras de una misma moneda que oscila constantemente. Porque Dios quiere nuestro crecimiento. Dios quiere fortalecernos. Dios desea nuestra felicidad. ¿Qué valor tendrían las cosas si todo fuera sencillo? No, Él nos hizo para grandes cosas. Como el oro, que para limpiar de impurezas se debe pasar por el fuego, para que pueda manifestar su brillo, así nosotros tenemos ya un corazón brillante que debe ser purificado para que muestre su verdadera luz. No hay nada que construir, ni nada que descubrir. El tesoro ya lo tenemos en nuestro interior. Solo debemos volcar nuestra mirada hacia nosotros y purificar nuestro corazón.
Benditas sean las pruebas, que nos enseñan, nos fortalecen, nos purifican. Benditas sean nuestras almas, que a los ojos de Dios tienen más valor que todo el oro del mundo. Y desde mi corazón que de a poquito empieza a destellar, te bendigo con todas mis fuerzas a vos que estás leyendo, para que atravieses la prueba que estás viviendo y brilles.
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